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Venado Tuerto
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Las callecitas de Venado Tuerto tienen ese, que se yo, ¿viste?

lapachos rosados

(Por Lucas Paulinovich para PUEBLO Regional) Plantar un árbol es como confiar en la vida que crece; cortarlo, es arrancar oxígeno, es darle más fuerza a la asfixia y el ahogo. La construcción de las ciudades, con el paso de los años, fueron acelerando su tendencia a llenarse de cemento: rodearse hasta el máximo sin dejar ningún fragmento de naturaleza dentro del tejido urbano. Las plazas suelen ser los últimos focos de resistencia de lo vivo dentro del radio céntrico y los primeros círculos periféricos, un rincón refrescante en el que, los fines de semanas, los feriados o las tardes y mañanas libres, los habitantes se vuelcan en manadas, como necesitados de rozar la fresca del césped, calmarse con la sombra de los árboles, oír los ruidos de algún animal que no tenga engranajes y aceite en sus órganos.
Si hay algo entretenido en caminar por las calles de Venado, es ir atravesando esos túneles enramados que escoltan las calles, hasta llegar a una plaza y sentirse rodeado de verde, no de estructuras sólidas, paredes perfectamente pintadas, ventanales grandes, preciosas aberturas, sino de verde, nada más que unos pedazos grandes de tierra y árboles. Vida, sin más. De noche son sombras altas que se avizoran a lo lejos, que están parados esperando; de día, son como siluetas que se confunden a la distancia y cubren toda la vista, el espacio de lo visible. Estar en Venado todavía guarda algo de esa posibilidad de contacto directo con la naturaleza.
Un solo árbol, en un año, absorbe 2900 litros de agua de lluvia. Con el paisaje de las calles inundadas con el último temporal, el proyecto de la media vereda, con una mitad ocupada por baldosas y la otra dejada para la tierra, cobra una actualidad de urgencia. Las proyecciones climáticas del año acertaron y el agua desbordó las calles de los pueblos, dejando en evidencia la falta de respuestas sostenibles en términos de infraestructura a la hora de pensar el desarrollo urbano. El sueño de las ciudades de cemento termina ahogado bajo el agua. Jacaranda_mimosifolia_flowers_and_leaves
¿Qué hay debajo del cemento? ¿Hasta dónde llegan las raíces que se filtran en esos cuadraditos preservados en las veredas? Sacar los árboles y poner lozas, es un efecto contaminante. No solo por las consecuencias ambientales: contamina el espacio de la ciudad, el territorio, que deja de ser algo ligado a la tierra, para ser un living compartido, decorado por algunos con un particular mal gusto. Ni siquiera hay momento para preguntarse por la salud y las condiciones de trabajo de los obreros que levantan los edificios: la lógica de la reconversión impulsa a que todo se transforme rápido para que sea vendible.
¿Para qué sirve preguntarnos por lo contaminante? ¿Contamina, en definitiva, el cemento, o contaminan los negocios inmobiliarios que siembran casas y edificios, canjeándolos por esos pasadizos arbolados que caracterizan a la ciudad? La interrupción de los nuevos edificios altos y suntuosos del centro es una forma de mostrar algo (lo sólido) para ocultar otra cosa (lo intangible): se elevan las fortificaciones para que algunos vivan cómodamente y en pleno solazo, y tapan el fondo de negociados, especulaciones y dineros mal habidos que habitan entre ladrillo y ladrillo. Un negocio que no es solo es cuestión de paisaje: arrasa con la vida de los más humildes, los que quedan en las zonas desatendidas, donde el agua, al caer y acumularse, tiraniza. En la extirpación de un árbol, en la construcción de los edificios monumentales, se va creando el sueño de la ciudad metrópoli que algunos amasan: Venado Tuerto, ciudad grande de las pampas.
Lo que vemos en público, y es privado

platano
En Venado Tuerto, esa imagen cerrada de la ciudad, abarrotada de hormigón, levantada con una argamasa dura y artificial, no termina de concluirse: se resisten los fresnos, los eucaliptus, los lapachos, los ombúes, los plátanos a ser expulsados del paisaje urbano de la ciudad, no dejan que conquiste todo el portland y las construcciones verticales, guardan todavía algo de su condición de pueblo, de espacio de vida en común, de población viviendo con permiso de los campos, que se avisan en esos árboles y espacios verdes. Es un registro del pueblo viejo que aferra su supervivencia en los barrios y en las zonas rurales. Un árbol es un visitante en el centro: alguien que fue dueño, y que lo quieren echar.
El diseño de la ciudad, la suerte del progreso todavía no consumado, hace que desfilen por sus calles los árboles que van dejando su sombra recortada sobre las calzadas, que resguardan las chicharras que gimen por la siesta, y los pájaros que solo buscan nuevos refugios durante el otoño, cuando las ramas se desnudan y las veredas se cubren con los colchones de hojas secas y crujientes. El arbolado público, de esa forma, no es solo una determinación estética, una elección paisajística o una intención política, es una consagración del espacio verde en medio del asfalto y el concreto, un pedacito de aire renaciendo en el corazón de la ciudad. Dejar un árbol crecer acompañando el curso y el pulso urbano, es una elección vital. Un modo de mostrar, distinto al del hormigón.

fresnosPara proteger el arbolado de los desmanes, extracciones, podas y recortes de raíz, la Subsecretaría de Espacios Públicos informó la normativa vigente que rige sobre la materia: nadie puede cortar un árbol sin la autorización del Municipio y necesita contratar un podador registrado. Eso es lo que establece la ordenanza N°4365, sancionada en 2013. “Cuando un vecino pretende extraer un árbol, debe obligatoriamente presentar un expediente por mesa de entrada en el Palacio Municipal de San Martín y Marconi; una vez que llega ese pedido a nuestra Subsecretaría, la asesora forestal Magalí Felici, va a verificar el caso y determina si está para extraer o no. Porque la legislación habla de la extracción como algo excepcional”, explica el responsable del área, Patricio Marenghini.
La fiscalización del manejo del arbolado, la conservación de los espacios verdes, la coordinación de las acciones en torno al patrimonio natural que embellece las calles de Venado Tuerto, asume un carácter profundamente político: el suelo cada vez cotiza más y los emprendimiento inmobiliarios privados se van expandiendo a medida que logran capturar terrenos y erigir enormes edificios que contrastan con el escenario en el que se incrustan, y generalmente, muy poco suelen responder a las necesidades habitacionales de las mayorías. Cuidar un árbol, es prevenir de las inversiones que tienen en el cemento un elemento especulativo por excelencia.
«Todos los pedidos son supervisados por el área de Asesoría Forestal, y a partir de allí se genera una orden de trabajo al equipo de poda, que cuenta con un hidroelevador y cinco empleados y por otro lado tenemos una cuadrilla de extracción de árboles y corte de raíz. Como no tenemos la obligación de prestar el servicio, tratamos de priorizar los pedidos y analizar cada caso en particular”, detalla el funcionario. En ese proceso de análisis que realiza la Asesoría Forestal, se confecciona un informe socioeconómico que indica si el vecino cuenta con posibilidades de afrontar los gastos correspondientes. En caso que la familia cuente con recursos insuficientes, la Municipalidad se hace cargo del mantenimiento.

Plan Forestal

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Desde la Subsecretaría de Espacios Públicos se realiza un cronograma forestal que contempla los pedidos de los vecinos y actúa de oficio, cuando el árbol está en situación de riesgo, a fin de evitar problemas más graves. Es una planificación sobre un elemento común, el árbol, que en muchos casos funciona como el nexo entre el ámbito de lo privado y de lo público, la voluntad general y las determinaciones individuales. El tipo de respuesta y el orden en el que se procesan, obviamente, siguen ciertas prioridades, un criterio de organización basado en los principios perseguidos: «se destinan dos días para cada barrio, en cada caso las cuadrillas municipales realizan las tareas correspondientes al mantenimiento del arbolado; por lo cual aproximadamente cada 40 días se está trabajando en cada uno de los barrios de la ciudad. De todas maneras, se establece un orden de prioridad, según el criterio de riesgo, se clasifican del uno al cinco cada caso y se comienza por los de mayor riesgo, siempre según el informe que nos brindan desde Asesoría Forestal», comenta el titular de Espacios Públicos.
El incumplimiento con los requisitos estipulados en la normativa, implica sanciones para el frentista. La poda indiscriminada es una infracción que constituye un perjuicio común, en ocasiones, un daño cuyas consecuencias no se advierten en una búsqueda inmediata y centrada en un interés particular. «Por la poda indiscriminada que están realizando los vecinos, que suponemos que es por falta de conocimiento, pero, en aquellos lugares que el vecino intervino sin tener el permiso municipal, se cobrará la multa como lo contempla la legislación vigente», agrega Marenghini.
El Colegio de Ingenieros Agrónomos del Sur de Santa Fe y el Inta Venado Tuerto convocaron a profesionales de la Municipalidad para tratar el tema del arbolado y conformar una comisión que se encargue de evaluar y resolver sobre el asunto, un proyecto que comienza a concretarse ahora, pero que viene de más de un año de trabajo y discusiones. Una de las tareas de la comisión es redactar un manual que sirva como base para una futura ordenanza que supere la normativa vigente. “En esta comisión, o en este grupo, lo que nos unió fue el hecho de poder debatir todo lo que respecta al arbolado público y los espacios verdes; el árbol es el protagonista de los espacios verdes, ahora también estamos debatiendo su reglamentación», lanzó Cristina Aisemberg del Inta. La necesidad de una reglamentación confirma el sentido social del árbol: “en realidad lo que nos interesa es la calidad de vida como comunidad y a esa calidad de vida, el arbolado público y todo lo verde que nos rodea, le aporta muchísimo al paisaje y al escenario necesario para que una comunidad pueda desarrollar intensamente sus capacidades”, resume la profesional.

venadito
Venado Tuerto queda cernido a lo que establece el marco legal de la ley provincial 9.004. En esa legislación, el arbolado público no es considerado un servicio público. “La nueva ordenanza la vamos a presentar desde la Comisión de Arbolado del Colegio de Ingenieros, a través de la Banca Ciudadana en el Concejo Municipal, que es la herramienta que brinda el Legislativo a la ciudadanía. Y los ediles podrán convocar a éste grupo para profundizar en el tema, si fuera necesario”, deslizó Marenghini. En el marco del trabajo, el ingeniero agrónomo Carlos Martino se encargó de repasar las normativas y de realizar un censo del arbolado público que permite saber en qué estado se encuentran los ejemplares. Según la Organización Mundial de la Salud, las ciudades deben tener un promedio de 0,33 árboles por habitantes. Venado está alrededor de 0,55. Es una ciudad arbolada, un patrimonio invisibilizado, a pesar de los árboles visibles costeando las calles.

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