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El Turco de la gente: Claudio García, venadense por adopción

(Venado Tuerto) El Turco García no necesita presentación. Carismático, mediático y extrovertido, siempre logró repercusión por lo que generaba dentro de las canchas y por lo que hacía fuera de ellas. En 2006 llegó a Venado Tuerto escapándose de su adicción a la cocaína, y si bien le llevó algunos años ganar la batalla, hoy es otro tipo. Se lo nota disfrutando del presente en su octava temporada consecutiva como entrenador de Juventud Pueyrredón, donde cuenta en el plantel con sus hijos Daniel y los mellizos Christian y Alain; muestra orgulloso la evolución de la cancha que lleva su nombre y luce confiado sobre la posibilidad de volver a dirigir un equipo a nivel profesional. Aunque avisa que de Venado Tuerto no se va más, que encontró su lugar.

Tuve una infancia linda, nací en Fiorito y a los 12 años me fui a Lugano I y II, que es una villa pero de cemento. Tuve una infancia normal, donde a veces faltaba la comida, pero fue linda, fui al colegio, tenía mis amigos, jugaba al fútbol y cuando ya estaba en Lugano con mi amigo Fabián nos fuimos a probar a Huracán y quedamos”, relata García.

Jura que de no haber sido por su padre, trabajador municipal que lo llevaba a las prácticas en su Rastrojero verde, no hubiese tenido constancia. Después se dio todo muy rápido: jugó en Novena, Octava, un puñado de partidos en Séptima y ya estaba en la Tercera, donde apenas disputó tres encuentros antes de saltar a Primera.

En ese equipo estaban Houseman, Brindisi, Avallay y Babington. Yo me había sacado una foto en la falda de ellos en el equipo campeón del ’73, y apenas seis años después estaba jugando a la par. Debuto con Boca, y cuando el técnico me dijo ‘nene, caliente’ no me podía levantar del banco porque se me aflojaron las piernas y me faltaba el aire. Encima cuando salía a la cancha me raspé con la chapa del túnel de Huracán, que todavía tengo la cicatriz. Entro con el partido 3-0 abajo y sobre el final me queda un rebote que voy a buscar con Pernía, que uno escuchaba que quebraba a los jugadores, pero trabé y se la gané, le hago un caño a Ruggeri y se la tiro por arriba a Gatti. Me fui a festejar colgado del alambre, imaginate que solamente lo gritó mi viejo el gol, si perdíamos 3-0”, rememora Claudio Omar García.

Entre el ’79 y el ’86 el Turco jugó en el Globo, luego pasó a Vélez donde actuó dos años y fue transferido al Lyon de Francia, donde permaneció cuatro años y fue campeón. “Yo no me quería ir, aunque me convenía económicamente. Cuando ya estaba listo el contrato hicimos un asado en mi casa con los amigos y yo no comí por la angustia que tenía, y cuando salía en el auto que me llevaba Chirola Yazalde, pasaba por el almacén de la esquina y pensaba que eso no lo iba a ver más, como si me fuera a la muerte y no a disfrutar. Pero de a poco se me pasó y llegué a Francia en un momento bárbaro porque era junio, pleno verano, las minas en tetas, todo nuevo para mí”, relata.

En el Lyon “salimos campeones y subimos a la A después de 22 años, hice 22 goles y me fue bárbaro. Después discutí con el técnico Domenech porque me quería pasar a jugar de delantero de punta, yo no quería y si no rescindía no podía venir otro extranjero. Entonces me dijeron que yo era empleado del club y tenía que laburar ocho horas, y me mandaban a un shopping a firmar autógrafos, me hacían ir al club, todo para cumplir las horas. Después se arregló el tema y pude venir acá, pero fueron dos meses así”.

 

Tiempo de Academia

De regreso en el país, el Turco se incorporó a Racing, donde aún es uno de los últimos ídolos de la institución, tal vez desde aquel día que “jugamos con Vélez, echan a Goycochea y no había más cambios. Ganábamos 2-0 y yo pensé ‘en 10 minutos no me van a hacer dos goles’, pero faltaban 30. Atajé un par de pelotas y me metí a la gente de Racing en el corazón”. Estuvo entre el ’91 y el ’95, cuando se tuvo que ir luego de que Juan De Stéfano perdiera las elecciones presidenciales del club.

De aquellos años guarda muchas historias: “Con Dalla Líbera nos compramos una 4×4 y en Buenos Aires no hay campo como acá para usarla. Estábamos entrenando en Laferrere y estábamos los dos lesionados, entonces agarramos las 4×4 y empezamos a correr a los jugadores por adentro de la cancha, que estaba barrosa. Por supuesto que rompimos todo el césped y dejamos unas huellas tremendas, De Stéfano nos descontó un sueldo a cada uno para arreglar la cancha”, rememora el atacante con una sonrisa.

Luego de un breve paso por Internacional de Porto Alegre, volvió al país y fichó para Colón donde tuvo un buen año y regresó a Huracán donde jugó su último año y medio en Primera División. Pasó a All Boys para disputar el Nacional B y ahí decidió dejar de jugar. Pasaron cuatro meses y lo convocaron desde Mendoza para jugar en Independiente Rivadavia en la última etapa del Torneo Argentino A. “Me pagaba por partido Nicolás Becerra, que era Procurador de la Nación. Subimos al Nacional B donde jugué un año y medio y me adoran hasta el día de hoy. Pero ahí ya no quise jugar más”.

El Turco asegura que no le costó dejar el fútbol porque “siempre fui un tipo carismático y hasta el día de hoy me cuesta caminar por Buenos Aires porque te piden autógrafos. Yo siempre fui mediático, iba al programa de Mirtha Legrand y entonces me conocían mujeres que nunca vieron un partido”.

 

La adicción y Venado

Sin embargo, las dificultades vinieron por otro lado: “La cocaína la conocí en Fiorito de pibe, pero no tenía plata y me salvó el fútbol, por eso no arranqué. Pero cuando dejé de jugar al no haber antidoping ni compromisos, empecé a tomar el fin de semana, después ya era todos los días y cuando me di cuenta que estaba enfermo no sabía cómo salir. Te levantás pensando en consumir y es muy complicado”, admite.

Ahí apareció Osvaldo Fernández, presidente de Juventud Pueyrredón, que le ofreció venir a Venado Tuerto y le contó el proyecto de un club de bochas que iba a empezar a jugar al fútbol. “Yo lo conocía (al presidente) de Remedios de Escalada y era el único que me podía dar laburo en la situación que estaba yo porque es un tipo de calle y de barrio, no se iba a asustar de nada. Acá seguí consumiendo pero menos, y fue un proceso hasta que me recuperé gracias a José Menna que me llevó a Villa María con el doctor Jorge Custo, que me hizo la aplicación del láser”. El entrenador resalta el aguante y acompañamiento de su esposa Mariela, que fue fundamental.

Hoy el Turco García destaca sin dudar: “Eso fue el 11 de febrero de 2008 y nunca más tomé; y en agosto de 2009 dejé el cigarrillo, ahora parezco Juan Pablo II (risas). La verdad que hoy me siento espectacular, si llego a tomar cocaína de nuevo me mato, no hay ninguna posibilidad. No lo soportaría porque hoy estoy feliz de la vida, de poder ver las cosas diferentes. Cuando miro por el espejo retrovisor lo hago para que esas cosas no me vuelvan a pasar. Hoy estoy fuerte con ese tema y estoy ayudando a chicos de la región”, resaltó.

García tiene claro que el estigma del drogadicto le va a costar sacárselo de encima: “Yo no le guardo rencor a nadie, sé que muchos en Buenos Aires no me llaman para darme laburo porque piensan que no me recuperé, pero el que me vio hace unos años y me ve ahora puede notar el cambio. En Venado Tuerto encontré un lugar, mi familia está cómoda. Cuando Osvaldo me llamó yo me quería ir a cualquier lado, me quería escapar de la realidad y la salida fue esta ciudad. Si bien tengo la certeza que voy a dirigir en otro lugar, ya sé que voy a vivir acá porque a mi hijo Yamil no lo puedo sacar, ya es venadense”.

 

El personaje y el Diego

El Turco García fue un innovador dentro del mundo del fútbol, promoviendo una serie de cambios estéticos que luego hicieron escuela. “Un día me hice la permanente y me quedaron los rulos, pero igual son naturales. Fui el primero que se tiñó de rubio, fue en un partido con Platense que me cantaban ‘no pasa nada, no pasa nada, el Turco se castiga con agua oxigenada’ porque me puse una tintura que parecía el Colorado Erezuma. Después empecé con los dos relojes, las vinchas y otras locuras que otros copiaron”, asegura.

García admite que hizo buena guita con el fútbol y destaca que “les pude comprar casas a mis hijos y a mi viejo. Lo mío me lo gasté pero me queda un departamento y una quinta en Buenos Aires, no soy millonario como podría haber sido si cuidaba la plata, pero cada uno de mis hijos tiene un departamento. Estoy bien y ahora empezaré a ganar plata de nuevo, lo importante era zafar del problema de la adicción que tenía porque eso te deja trabado, no podés pensar ni hacer nada”.

En su recorrida, el Turco supo ganarse la amistad de Diego Maradona: “Nos conocemos de la iglesia”, se ríe con ganas; para admitir que en realidad la relación nació de “la noche”. Después “estuvimos en la Selección, hablábamos de Fiorito pero no nos conocíamos de ahí porque teníamos tres años de diferencia. Después yo lo llevé a Racing de técnico, nos fuimos juntos a Cuba, la pasábamos bastante bien. Eran noches alegres y mañanas tristes, pero bien. Hace muchos años que no hablo con Diego, cuando él estaba con Mancuso yo me alejé porque sabía que lo iba a cagar y así fue, pero nunca me peleé con Diego”, sentenció.

Hoy el Turco disfruta del gran presente de Juventud Pueyrredón y de la nueva chance que le dio la vida junto al fútbol, por eso dirige la práctica, maneja el riego de la cancha, proyecta un amistoso y sueña con un triunfo en el próximo partido, todo con el mismo entusiasmo que mostraba en un clásico ante Independiente.

 

Por Jota Eme Ese

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