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Cómo es transitar el coronavirus en un centro de aislamiento

“No es un hospital de campaña”, se apura en aclarar la médica Cecilia Petrich cuando habla del centro de aislamiento en el que estuvo una semana, después de que le diagnosticaran Covid-19.

La charla fue a pocas horas de que reciba el alta y regrese a su hogar.

Esta allí, en Venado Tuerto, en una casona que queda en el campo de deportes de una escuela, un espacio especialmente preparado para recibir a pacientes asintomáticos o con signos leves que no tengan la posibilidad de aislarse adecuadamente en su hogar, o a aquellos que quieran evitar poner en riesgo al resto de sus convivientes. Un lugar como el Hipódromo en Rosario, que se acondicionó para cumplir con este objetivo y ya recibió a las primeras personas.

El diálogo es telefónico, pero Cecilia manda fotos por WhatsApp que permiten apreciar las características del paraje. En esas instantáneas, sacadas por una de sus compañeras de aislamiento, se la ve trabajando con su computadora o sentada al aire libre en un banco, rodeada de césped y plantas. Con su barbijo y la mirada serena.

La médica tiene 47 años, está casada y tiene una hija de 11. Cuando tuvo dudas sobre su estado de salud se quedó de inmediato en su casa mientras esperaba el resultado, que dio positivo.

Pero al comprobar que su esposo tenia un test negativo, y que tanto él como su niña no manifestaban síntomas, decidió autoaislarse en uno de los centros disponibles para este fin y así evitar contagiarlos.

“El estrés de poder transmitir el virus es alto, y ellos son asintomáticos. Yo estaba en un cuarto en mi casa, pero había que limpiar todo con extremo cuidado, separar toda la vajilla, limpiar el baño cada vez que se utiliza, lavar la ropa por separado. Entonces tomé la opción que nos dan a todos: la de transitar la enfermedad en un lugar preparado para esto”.

Cecilia nació y se crió en María Teresa pero luego se trasladó a Venado Tuerto. Allí trabajó mucho tiempo como médica generalista y de familia. Actualmente cumple tareas en la secretaría de Salud de la ciudad del sudoeste santafesino y también asiste a una institución de cuidado de adultos mayores. Se dedica a tareas de gestión, asesoramiento y soporte de otros equipos médicos, por lo que en general no tiene trato directo con los pacientes.

Como es personal de salud se testeaba a menudo y sus resultados hasta el momento habían sido siempre negativos. Pero hace 10 días sintió una molestia leve en la garganta, “como si pudiera registrar el mecanismo de deglución a cada rato, algo que no es habitual, pero ni siquiera fue dolor”, cuenta. Por eso decidió volver a hisoparse. Esta vez supo que tenía coronavirus.

Cecilia se considera obsesiva en el cumplimiento de los protocolos pero admite que como trabajadora de la salud está más expuesta y que se trata de un virus altamente transmisible. Venado Tuerto es una de las localidades santafesinas con mayor cantidad de casos en las últimas semanas.

“Tanto por mi cuidado como por el de mi familia y las demás personas con las que estoy en contacto por mis tareas siempre estuve atenta, pero evidentemente la posibilidad de infectarse es alta”, admite.

“La verdad es que estaba trabajando normalmente, siempre tomando los recaudos. Empecé a tener una molestia en la garganta, que ni siquiera se me puso roja. No tuve fiebre ni dolores en el cuerpo. Estaba totalmente activa”, recuerda.

Sorpresa    

El resultado del test la sorprendió. “Es fuerte ver el positivo, no creo que a nadie le resulte indiferente porque aunque te sientas bien, no sabés cómo vas a evolucionar. Y encima está el temor de haber contagiado a otros”, reflexiona.

En los ambientes laborales por donde ella transita no tuvieron que aislar a nadie por su caso ya que se evaluó que Cecilia cumplía siempre con los protocolos de distanciamiento y uso de barbijo.

“Cuando hago las compras me cambio hasta de ropa, uso alcohol al 70%, pero bueno, me contagié. Uno cree que hace todo bien pero evidentemente algo se puede escapar”, comenta. “Una repasa mentalmente los días previos, cada movimiento, cada acción, es una situación que no es agradable porque aunque nadie tiene la culpa de contraer Covid-19 te genera algo de eso”.

Y agrega: “El impacto se produce porque te das cuenta de que con este virus no hay certezas”.

Con la valija    

Los primeros días estuvo en su casa, pero el temor de contagiar a los suyos la hizo pensar en tomar la posibilidad de pasar las jornadas siguientes en uno de los centros de aislamiento municipal habilitados en la provincia.

“Una vez confirmado el positivo se comunicaron conmigo de la Dirección de Salud. Quien me llamó me hizo un cuestionario bien exhaustivo con el objetivo de determinar los contactos estrechos. Ese dispositivo es muy bueno y quien estuvo asignado a mi caso fue una persona amable, contenedora, que pudo guiarme”, relata.

“Ellos mismos te dan la posibilidad de que vayas a un centro de aislamiento y pensé que era la mejor alternativa”, cuenta.

Para terminar de cumplir con los 10 días de confinamiento dispuestos hasta el alta preparó su ropa, sus elementos de higiene personal, hizo la valija y fueron a buscarla a su casa.

“Te trasladan en una ambulancia con todos los protocolos al máximo porque se tienen que asegurar que en el trayecto vos no estés en contacto con nadie, que no expongas a nadie a un posible contagio”, dice Cecilia.

Así llegó al centro de aislamiento Santa Rosa, que conocía porque su hija va a la escuela a la que pertenece ese campo.

La tranquilidad del lugar y la recepción amorosa de quienes están al cuidado de las persona que llegan la hizo sentir mejor. Aunque sabía que era por pocos días, Cecilia admite que es una situación particular que genera muchos sentimientos diferentes.

“Este sitio tiene la lógica de los retiros espirituales, como para que la gente se haga una idea. Hay un ala para las mujeres, otra para los varones. Está sobre la ruta 8. Por eso la primera noche escuchaba pasar camiones, algo totalmente ajeno a mi cotidianeidad. Entre lo nuevo de estar allí, más los ruidos, una ventana que se abría y se golpeaba, me costó mucho dormir”. Esa noche además llovió mucho.

A la mañana siguiente vio las cosas de un modo diferente. “Vos anoche no dormiste nada…. me dijo Lorena, mi compañera de la cama de enfrente”, cuenta Cecilia y dice que ese comentario la hizo sentir acompañada. “Alguien había estado muy atenta a lo que me pasaba”.

Fraternidad    

“Acceder a un centro de aislamiento tiene como dos caras. Por un lado te alejás de tu familia pero por otro estás con compañeros y compañeras que te contienen y que saben por lo qué estás pasando”, menciona la médica.

“En mi caso, además, realmente sentí alivio de no exponer a mi marido y mi hija. La preocupación por los otros es enorme”.

Durante los días en los que permaneció en el centro Santa Rosa estuvo con otras ocho personas. “No son muchos los que eligen esta alternativa. Quizá hay dudas o ideas equivocadas de lo que es un lugar como éste. No se trata de un hospital de campaña. No hay enfermos con sintomatología importante porque esas personas están internadas o con otro tipo de soporte médico. Esto no es un lugar de atención médica, aunque sin dudas estás en un estado de vulnerabilidad”, describe.

“Tal vez la gente crea que te van a encerrar o algo así, pero nada que ver, uno puede salir a caminar por el predio, puede tener su computadora para seguir trabajando o comunicándose con quien desee”.

“Más allá de la vianda diaria que garantiza el centro de aislamiento, hay voluntarios que acercan comida, tu familia te puede mandar cosas y hay personas que te cuidan. Pasé de estar del lado de los cuidadores a ser cuidada”, reflexiona y comenta que una vez al día les toman la temperatura, controlan la saturación de oxígeno y se ofrece una consulta médica (un dato relevante entre quienes tienen Covid-19, aunque estén asintomáticos o con pocas señales de la enfermedad).

A las 8.30 los “aislados” dejan su cama lista para que el personal que hace la limpieza pueda cumplir tranquilamente sus tareas. Día por medio la sábanas y toallas se retiran para ser lavadas. Hay lavarropas y secarropas para quienes desean ocuparse de su ropa. Todos están con sus barbijos y se mantiene la distancia de dos metros.

Hay un lugar grande para desayunar y almorzar, que se puede compartir.

“A quienes estamos acá no nos une una historia de vida, pero nos hilvana el hecho de ser positivos de Covid-19. La convivencia, aunque sea de pocos días, te hermana de un modo muy especial”, dice Cecilia, y en su voz se nota la emoción.

Activa

En las jornadas que pasó en el centro de asilamiento continuó con un curso on line que estaba haciendo, compartió tardes de tejido, hizo gimnasia con sus compañeras ya que una de las personas que estaba aislada es profe, armaron un espacio para colgar la ropa al sol, compartió charlas y muchas vivencias.

“El registro que acá se tiene del otro es muy fuerte y eso no deja de conmoverme”, menciona.

La médica no deja de agradecer a todos los que sostienen el centro de aislamiento y a los colegas, enfermeros, choferes, mucamas, psicólogos, trabajadores sociales, a las autoridades, “que en lo cotidiano están haciendo lo posible y más para transitar esta pandemia”.

Adiós

Mientras charla con este diario Cecilia sabe que le quedan pocas horas para irse, y que en la despedida será acompañada hasta la puerta por sus compañeros y asistentes del centro quienes, como en un ritual, salen con los brazos en alto a saludar a quien vuelve a su casa mientras suena la bocina de la ambulancia que los traslada.

Su experiencia con el coronavirus no fue complicada desde el punto de vista de la salud física pero sin dudas dejará sus marcas. “Agradezco que me hayan cuidado y que exista la posibilidad de este recurso. Muchos se preguntaban para qué servían estos espacios cuando los estaban armando. Además de que todos deseamos que no llegara el momento de usarlos. Pero bueno, los centros de aislamiento son para esto: para dar abrigo y seguridad a quienes lo necesitan, en un momento tan difícil”.

 

 

 

Fuente: LaCapital

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