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Animarse a ser lo que se es: la homosexualidad en María Teresa

En una larga entrevista para el programa Total Nadie Nos Escucha de la radio pública de María Teresa, Cristian Popa contó su experiencia relacionada a su homosexualidad y describió cómo fue asumir su condición en un pueblo y desarrollar su vida. Los conflictos que le generó con su familia, las dificultades de sus allegados para aceptarlo y convivir, la discriminación de la que fue víctima, todas las formas de persecución que padecen aquellos que no se amoldan a los cánones establecidos e intentan otras formas de vida.

En la conversación, que intentó despejar prejuicios e ir repasando las dudas más habituales, con una atmósfera de charla entre amigos, Cristián contó que al principio tuvo una novia, “una postura machista estúpida”, antes de poder reconocerse. “Es difícil, más en un pueblo chico. Te vas mintiendo. Le vas mintiendo a tu familia, a tus amigos. De chico yo mismo era homofóbico. Hasta que no fui a un lugar y pude ver, empecé a ir a reuniones. Después, cuando me fui a vivir a Rosario, a la primera persona que se lo dije fue a mi viejo y él me dijo que hiciera mi vida que no era un enfermo”, cuenta.

También relató que sus propios hermanos lo castigaron cuando reconoció su inclinación sexual, pero que hubo amigos que ocuparon ese lugar. “A algunos les daba vergüenza, decían: ‘mirá el puto’”. Y recuerda: “cuando hacía tres años que estaba con Leo. No sé si por celos o bronca, mi hermana llamó a mi mamá y le dijo. Mi vieja me llamó y me preguntó si estaba en pareja con Leo. Le dije que sí y me contestó que al otro día fuéramos a cenar”. Y agrega: “después, cuando traje mi primera pareja acá, mi mamá estaba más enamorada que yo”.

Los cambios de paradigmas sociales y las nuevas discusiones que emergieron y fueron desacomodando las formas tradicionales de percibir la sexualidad y la relación con los otros, provocaron variaciones en el clima que se vive en el pueblo. Sin embargo, Cristian apunta que siempre fue más sencillo en las ciudades. Sin embargo, destaca que actualmente “hasta la gente grande es más amplia. La gente que tiene 70 años, es mucho más amplia que los que están entre 50 y 60, porque vivieron a los militares, la presión de la familia, ámbitos cerrados. Y ya los chicos son completamente diferentes”.

Recapitulando las situaciones complejas que le tocó atravesar a lo largo de su vida, señala lo difícil que se hacía en la adolescencia, ya que “nadie te iba a invitar a bailar a Francis si vos mariconeabas”. En esa línea, resalta: “yo me di cuenta de lo que me pasaba cuando fui al colegio de los curas. Ahí vas observando y te hace un click. Pero siempre con ese tabú. Ahí me dio miedo. Yo mismo lo rechazaba”.

En cuanto a los aprendizajes que su experiencia le deja en términos de cómo relacionarse con los otros y concebir las diferencias, Cristian afirma que le llama la atención la manera en que muchas veces lo miembros de una minoría que sufre las estigmatizaciones y señalamientos reproducen esas prácticas en relación a otras minorías. “Obviamente a mí no me gusta que me señalen con el dedo o que me griten puto, por eso cuando me surgen sensaciones o algo parecido en contra de alguien, trato de frenarme”, dice.

Finalmente, dice que en Rosario se vuelve más sencillo moverse y llevar una vida propia. “Allá es más degenerado”, se ríe. Y agrega: “Hay más posibilidades. Cuando volví de Rosario fue que dejó de importarme, me saqué los miedos, dejé de sentirlos. Ojalá hubiera tenido los huevos suficientes como tuvo mi sobrino a su edad. Yo me mataba a mí mismo. Ellos tienen la mente más abierta. Yo sentía mucha culpa. Mucha mentira. Mentirte vos y a tu familia. Es algo muy feo”.

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