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Adoquines ecológicos: una experiencia de aprendizaje que motivó a vivir la escuela

Ignacio Racigh tiene 17 años, vive en la ciudad santafesina de Gálvez y este año comienza 4º año en la Escuela de Educación Técnico Profesional Nº 456 de la misma ciudad. Se decidió por la orientación de construcción, pero en la biografía escolar de este adolescente no siempre hubo metas muy claras a seguir. Su historia es también la de una propuesta educativa que cambió su perspectiva y su modo de transitar la escuela. Que habla de la importancia de los vínculos y del orgullo que siente de haber sido parte de un proyecto que trascendió su ciudad.

“Desde el momento que pasé a la secundaria mi tránsito por la escuela no fue muy llevadero”, dice Ignacio a La Capital. Recuerda que su primer año lo vivió con agobio por la carga horaria que debió afrontar y porque le costó mucho adaptarse al cambio de ciclo, con todas las transformaciones que este implicaba. “Se me hacía todo muy pesado —recuerda—, también sentía que los profesores eran mucho mas estrictos, era otra cosa”. Comenzó a sentir que ese paso de la primaria a la secundaria era como transitar hacia otro mundo que él no conocía y en el que iba a tener que hacer muchos esfuerzos para adaptarse. “Me costó mucho, desde lo mas simple como que te controle un preceptor, por ejemplo”.

Pero eso no era todo. Lo que más agobiaba a Ignacio era la forma de trabajo: “Era todo muy teórico para mi. Reconozco que la teoría es buena y necesaria pero me sentía mejor haciendo, en la práctica. Se me hacía realmente pesado y repetitivo transitar todos los días por lo mismo, lo que yo mas disfrutaba era ir al taller porque no soportaba estar sentado y quieto”. Las expresiones de Ignacio no tienen nada de excepcional, son repetidas por un montón de chicos y chicas que con mayor o menor suerte hacen un esfuerzo de adaptación en cada nuevo ciclo educativo que tienen que transitar. Lo relevante de esta historia es una propuesta de aprendizaje que lo cambió todo.

El problema y la propuesta

Mariela Guadagnoli es la otra protagonista de esta historia. Es profesora de tecnología y maestra de educación técnica en el taller de construcción de la escuela donde cursa Ignacio. La particularidad de esta docente es que ve en los problemas grandes oportunidades.

La técnica 456 de Gálvez es de las primeras creadas en el país. Cuenta con un predio que ocupa una manzana, con mucho verde y con sectores que se inundaban los días de lluvia, lo que dificultaba que los chicos pudieran circular con sus motos y bicicletas. El problema estaba planteado y la propuesta de Mariela fue pensar cómo pavimentar esos lugares para hacerlos transitables.

Un problema simple que afectaba a la población escolar dio lugar a un proceso de investigación por parte de los alumnos y alumnas de 2º año, espacio donde Nacho —como le dicen sus amigos— cursaba en ese entonces.

Mariela también se brinda al diálogo con La Capital. Es docente desde hace 23 años y desde que comenzó a transitar las aulas de la técnica y de otras escuelas de Gálvez implementa el Aprendizaje Basado en Proyectos (ABP), aún sin saber que se llamaba de esa manera.

La docente reconoce que en la técnica tiene la ventaja de pasar muchas horas con sus alumnos y conocerlos a todos. “Esto ayuda a generar un vínculo de confianza, donde ellos se sienten seguros para charlar y opinar”, dice. Aún así, afirma que en sus clases de tecnología siempre se toma un par de encuentros para conocerlos y charlar con ellos, porque esto le permite saber quiénes se interesan por su materia y a quiénes tiene que conquistar. “Conocerse es el punto inicial para empezar cualquier proyecto”, explica.

Mariela les dejó a sus alumnos un problema sobre el pupitre. Era un tema que afectaba a todos y ellos recogieron el guante. Así nació el proyecto de creación de adoquines ecológicos. Una aventura que trascendió lo que ellos mismos pudieron imaginar.

El proceso de investigación puso primera en 2018 y comenzó su curso. Los chicos vieron que en la ciudad de Gálvez se usaban adoquines porque así estaba reglamentado por el municipio, lo que dio lugar a la realización de entrevistas a funcionarios locales. Por otra parte, se prestó atención al “punto limpio” que había en la escuela: un cesto enorme donde se tiran deshechos no orgánicos. En ese sitio había envases de tetrabrik, plástico, telgopor, así que la propuesta de los chicos fue utilizar esos residuos que se generaban en la escuela para ponerlos en la mezcla, con un beneficio doble: reducir la basura que había en el edificio y a la vez pavimentar abaratando el costo del adoquín. “Ahí empezamos a jugar —recuerda Mariela —. Primero los chicos averiguaron cómo se hacía el adoquín convencional con cemento y arena, y después dijimos «vamos a probar agregándole los distintos residuos». Empezamos a moler telgopor, plástico de botella y tetra, hicimos distintas muestras y con una prensa hidráulica probamos como reaccionaba cada una a determinada presión”.

En adelante fue prueba y error todo el tiempo. Los chicos tiraban propuestas y todas eran válidas, porque la idea era probar para ver cual era el resultado. Después hicieron una encuesta sobre los desechos en la ciudad, una información que los orientó sobre qué residuos utilizar. “Aquí en Gálvez hay una cooperativa que enfarda residuos inorgánicos y los vende. Con la encuesta nos enteramos que esta empresa vende todos los residuos menos el telgopor que se tira. Los chicos comenzaron a investigar sobre lo que contamina este desecho especialmente en la ciudad y la cantidad de basurales que hay en el municipio”, recuerda la docente.

Luego de muchas pruebas se decidieron por el telgopor: era el que mejor dejaba el adoquín terminado y el que mas resistencia tenía. Entre tantos ensayos Ignacio hizo una nueva propuesta: su tío tenía una máquina que trituraba plástico, así que propuso experimentar con plástico molido reemplazando la arena. El resultado fue inesperado: un adoquín impermeable.

La escuela fue pavimentada con un producto único creado por ellos mismos El desafío estaba resuelto, pero las repercusiones del aprendizaje transitado superaron con creces la resolución del problema.

Vivir la escuela

Ignacio necesitaba hacer, estaba en 2º año y el proyecto de aprendizaje que le propuso la profesora Mariela fue la oportunidad para lograrlo.

“Con mi papá siempre nos gustó la construcción, cuando la profe Mariela nos hizo la propuesta yo no dudé en decirle que la ayudaba y en meterme en el proyecto”, cuenta Ignacio, que se fue involucrando cada vez más, no solo desde el trabajo práctico sino también estudiando contenidos teóricos que se abordan en niveles mas elevados. “Lo que aprendí en ese proyecto me lo acuerdo todo. No era tedioso para mi estudiar la teoría porque lo estaba haciendo. Cuando a la teoría la ponés en práctica trabajando no se te olvida”, afirma.

Después de un 1º año difícil, Ignacio tuvo la posibilidad de transitar el 2º involucrándose en un proyecto de aprendizaje que lo estimulaba casa vez más. “Le decía a Mariela que me pida las cosas que necesitábamos, porque a mí me gustaba lo que estábamos haciendo y estaba dispuesto a trabajar. Yo me empecé a ofrecer, algo que de ninguna manera había hecho desde que había empezado la secundaria”, recuerda.

El adolescente comenzó a cambiar su mirada y su actitud hacia la escuela. “A esta materia la cursé sin pensar que a fin de año la tenía que aprobar, iba a trabajar al taller sin pensar en el aprobado de la libreta. A esta materia la vivía”, dice con pasión.

El estrechamiento de los vínculos entre pares, y entre alumnos y docentes, también fue protagonista en esta experiencias de aprendizaje. “Con la profe —cuenta Ignacio— llegamos a ser muy compinches. Con ella es todo a su tiempo, en sus clases hay un momento para divertirse, otro para estudiar y otro para trabajar. Mariela nos dio un espacio a todos para involucrarnos, opinar, proponer y participar. Todos nos metimos en el proyecto de una u otra manera, porque los que no se comprometieron tanto en el estudio de la teoría se ensuciaron las manos para hacerlo”.

El proyecto de producción de adoquines ecológicos involucró aproximadamente a 60 estudiantes de distintos niveles. Más allá del número, tal vez lo mas relevante sea su resultado en términos de motivación, expectativas y cambio miradas por parte de los estudiantes.

“Tengo la idea de una escuela magnética que atraiga a los chicos, donde lo que suceda ahí sea único”, dice Mariela, que asegura que nunca tuvo que correr a ninguno de sus alumnos para que participe en el proyecto y que pudo ver con alegría que en este proceso de aprendizaje los chicos y chicas trabajaron en el taller, la biblioteca y el laboratorio por voluntad e interés propio. Por su parte Nacho dice: “Ahora mi experiencia con la escuela es distinta, el involucrarme con el proyecto me dio la posibilidad de conocer a muchas personas, por ejemplo compañeros de otros cursos que también trabajaron en él”, y prosigue: “Me encantaba que en plena clase de teoría venga la profe y me saque del salón para que la acompañe a otro curso donde estaba dando clase y poder participar con ella de la explicación. Yo te puedo explicar el proceso desde cero”.

El proyecto en el que se involucró Ignacio junto a sus compañeros trascendió los muros de la técnica 456 y recibió un amplio reconocimiento nacional e internacional. Durante 2018 asumieron como grupo el compromiso de exhibir el proyecto en varias ferias de ciencias, y llegaron a obtener una mención a nivel nacional en la provincia de Córdoba. Durante el 2019 participaron en el Concurso Jóvenes Emprendedores organizado por la Universidad Nacional de Litoral (UNL), y a pesar de que era un espacio pensado para chicos del último año de la secundaria, sacaron el 1º premio como “Mejor idea proyecto”. Ese mismo año, Mariela se vinculó con investigadores del Conicet y contaron con el apoyo de un investigador con el que avanzaron en la incorporación de un químico a la muestra para que los adoquines sean descontaminantes del aire. Luego de este proceso, en Concursol (concurso que organiza el Conicet) el proyecto de la técnica salió en 2º lugar en la ciudad de Santa Fe. La experiencia también los llevo a presentarse a través de la Fundación Solydeus en el congreso de Jóvenes Comprometidos con el Medio Ambiente, que se realizó en la ciudad de Buenos Aires y en donde compartieron con chicos de toda Sudamérica. Luego de Concursol, llegó el ofrecimiento de hacer viajes internacionales durante 2020. Los invitaron a participar en una feria de ciencias en Barcelona, pero a pesar de ser aprobado por los evaluadores no lo pudieron realizar por falta de recursos. También el proyecto fue aprobado para ser exhibido en un congreso de jóvenes en Zaragoza, pero este último fue suspendido por la pandemia.

Sobre los viajes y premios recibidos Ignacio dice que fueron “una experiencia distinta”, que los vivió con mucho entusiasmo y que también aprendió muchas cosas. Para Mariela, las menciones y reconocimientos son mucho más que premios, también implican procesos de aprendizaje, porque “en esas ferias y concursos los chicos no solo aprenden a exhibir y presentar un proyecto sino también a compartir con otros”.

Investiguemos juntos

El freno que impuso la pandemia no los amedrentó demasiado, porque durante 2020 Ignacio y sus compañeros se dispusieron a contar virtualmente el proyecto de producción de adoquines ecológicos a un montón de escuelas de Santa Fe y otras provincias. Participaron de un picnic virtual organizado desde Mar del Plata y estrecharon vínculos con la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y una escuela técnica cordobesa interesada en reproducir el proyecto.

Mariela redobla la apuesta en el aprendizaje basado en proyectos y exhibe con argumentos sus beneficios: “Un proyecto de un adoquín disparó un montón de contenidos que fueron surgiendo solos, sin tener una planificación tan rígida. Muchas veces había cosas que yo no sabía, así que le decía a los chicos «no lo sé, investiguemos juntos». La idea es orientarlos y darles las herramientas para que ellos se puedan desenvolver solos, yo coordino el grupo y los oriento”.

El proyecto que actualmente motiva a la docente es que sus estudiantes puedan contar al mundo lo que aprendieron a hacer. Para ella es fundamental que la escuela brinde espacios de confianza donde chicos y chicas puedan expresarse, porque “con los estudiantes se puede compartir hasta la organización de la clase, ellos proponen y todo se puede hacer en conjunto, de eso se trata, de construir realmente juntos el aprendizaje”.

En su experiencia docente Mariela concibe un currículum menos rígido y más democrático, donde todos y todas tengan lugar para proponer, opinar y ser parte. Especialmente los adolescentes que como Ignacio, batallan a diario contra el hastío que les produce la dureza de ciertas estructuras. En el 2020 fue la docente argentina nominada al Global Teacher Prize, y actualmente la llaman de municipios y escuelas de la región para que explique la fórmula de los adoquines ecológicos. Ella tiene otra idea en mente, quiere armar un club de estudiantes donde sean los mismos chicos quienes brinden esa información. Ignacio, que eligió la terminalidad de construcción motivado por esta experiencia de aprendizaje, afirma que lo vivido con su profesora y sus compañeros cambió su forma de ver y transitar la escuela. Y seguramente no tendrá reparos a la hora de comprometerse con la nueva propuesta de su profesora.

 

 

Fuente: LaCapital

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