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Detención arbitraria en la puerta del exNacional 1: el padre y la directora cuentan su versión

(PUEBLO Regional- Lucas Paulinovich) Un pibe espera en la esquina de la escuela. Otros pibes dan vueltas, charlan, dejan pasar el tiempo a la espera del inicio de la fiesta de la primavera en la Escuela de Enseñanza Media N°446. Algunos pueden entrar, otros no: un grupito es sacado de las inmediaciones del establecimiento porque no pertenecen a la institución. La paranoia, los prejuicios y el ánimo securitista, dispara las alarmas. Los pibes de fiesta generan temor. La solución: llamar a la policía, como si se desconociera la violencia de sus procedimientos. El resultado: imágenes filmadas de una detención arbitraria que pertenecen a otra época y lugar, pero son pasmosamente actuales.

“Nosotros señalamos dos o tres que han tenido problemas de conducta, incluso hay algunos que no son de nuestro colegio. Cuando nos encontramos con el nombre del chico detenido nos queríamos morir”, dice la directora de la institución, Daniela Mimiza, explicando su decisión de llamar a las fuerzas de seguridad. El motivo: unos chicos que “merodeaban”. Reacciones preventivas: la escuela vulnerable por agujeros en los tejidos, riesgo de que se roben una bicicleta. Con esa interpretación de las violencias, el colegio se fue cerrando sobre sí mismo, tapiándose, generando dinámicas de exclusión.

La directora, la jefa de preceptores y la portera observaban desde adentro cómo llegan las motos del Comando y se encargan de dispersar y detener a los pibes. Adentro había 550 alumnos empezando los festejos de la primavera y el día del estudiante. Mimiza dice que la Policía Comunitaria, la primera en ser llamada, nunca atiende. “No sé para qué nos dan tantos celulares si no están disponibles. Entonces la secretaria llama al Comando. Vienen dos policías en moto, les indico que hay chicos que me preocupan porque no son del colegio, pero como son menores, no doy nombres, aunque se los señalo porque ya tuvieron problemitas”.

Marcelo Araya es el padre del pibe detenido. Cuenta que cuando vio el video de la detención que se difundió por las redes sociales, sintió impotencia. Su hijo tiene 16 años, es alumno del colegio y, además, juega al fútbol. Los preconceptos se caen al primer dato. Pero la policía no averigua, actúa. El miedo urge, impera, es autoritario y abusivo. El chico esperaba a su madre junto a su hermana. A pesar que se cambió de turno, estaba ahí como invitado por sus compañeros, a partir de una consigna que la propia escuela propuso.

“Uno siente impotencia. A mí nunca me pasó algo así. Él se asustó porque no había hecho nada. Uno se da cuenta cuando hay un chico que está fumado o que tomó algo. De hecho, el año pasado, con mi señora, participamos del evento del día de la primavera. Después ves comentarios que duelen. Mi hijo estudia, es deportista. Pero uno no puede salir a contestar todo”, marca.

La policía llega, despeja el lugar. Lo agarran al pibe. Lo tiran al suelo. Lo tuercen, le pegan, lo pisan. Le ponen las esposas. Alrededor filman y preguntan qué pasó, le piden a los policías que paren, que el pibe no había hecho nada. La policía: sorda. Sigue haciendo un uso arbitrario y alevoso de la fuerza, exagerado, desmedido. Pero el problema no es de exceso, sino de orientación: el conflicto lo generan los pibes inquietos, el clima de festividad, la posibilidad de que algo rompa lo previsible. La primera medida ante eso, es llamar al orden, la fuerza, la autoridad que maltrata, lesiona, refuerza los estigmas y las persecuciones. Otra vez: el miedo y el odio como engendros políticos.

“Lo lógico hubiera sido que alguien del establecimiento salga y vea quién era el supuesto exalumno que tenía una mochila nada más”, dice Araya. Además, señala que en la comisaría los policías se dieron cuenta que el pibe no estaba fumado ni tomado y que en la mochila tenía nada más que un chaleco y una campera. Tras el arresto, uno de los policías se metió al colegio y preguntó quién hizo el llamado. Las autoridades de la escuela reconocen que fue una orden oficial, un pedido preventivo.

“Nosotros antes de empezar la fiesta constatamos que hay unos cuarenta chicos en la vereda, de los cuales la mitad no pertenecen al colegio y andaban merodeando. Yo le pido a la secretaria que llame a la Policía Comunitaria. Siempre tenemos esa orden cuando vemos que hay un chico merodeando, por miedo que se lleven una bicicleta o alguna de las situaciones de inseguridad que todos sabemos que hay”, dice Mimiza. Y reconstruye la escena: uno de los policías se le acerca y le cuenta que detuvieron a uno que “se quiso hacer el cojudito”. Ella dice que al ver las imágenes no puede más que repudiar lo que pasó. Y puntualiza: “hay que ver el olor de esos chicos, que uno sabe que estuvieron haciendo una previa, por eso hay que hacer un llamado a los papás. Uno de los chicos que sindicamos como peligrosos estaba rodeando a la policía y pasándole los videos”.

Araya afirma que no fue llamado por las autoridades del colegio, pero destaca el apoyo recibido por algunos preceptores y profesores. Además, rescata el accionar de los funcionarios de la Región VII que al notar el operativo, se acercaron y siguieron al patrullero hasta la comisaría. “La directora dijo que fue ella quien llamó pero que no se ocupa de los casos que ocurren afuera de la escuela”, dice.

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